La escena del crimen

Alberto García Reyes
Pasión en Sevilla (2018)

Para Javier Márquez, que muere por Dios en Santa Marta

La sombra de una cruz planea entre adoquines y el tono del silencio está en la octava grave. No hay nadie alrededor del eco de la tarde, apenas unas gárgolas que asisten sin hablar al canto de motores que enfrían la rutina detrás de las fachadas.

El suelo se evapora como un ascua en el agua, la cruz es como un hierro candente que se enfría por dentro de su sombra, que se ha echado la siesta en esa soledad inmensa de la plaza. Se tumba la espadaña tendiéndole su alfombra al rayo criminal que todo lo apuñala, sin discriminación, en estas horas rotas de sangre en las aceras.

Está todo callado y al fondo, en el vacío, un ay tras la ventana se cruza en el compás callado del calor que tácito se duele. Ha muerto ya el Muchacho que vive en San Andrés y el duelo se celebra en brazos de las Penas. La lápida del hombre que pinta los finales escucha los gemidos oscuros de ultratumba. Valdés Leal no sabe que el muerto en ese templo no es Él: es el Señor.

La Caridad de Cristo nos urge en estos días de luz de asesinato. Por eso esta mudez tan honda del estío asfixia a Santa Marta, que gime solitaria velando el homicidio que aquí hemos cometido. La culpa es sólo nuestra, que al ir hacia nosotros pisamos esa sombra dormida a nuestros pies y luego nos marchamos sin preguntar por qué detrás de los cristales está llorando nadie. Hay un muerto invisible en el sol de la calle. Y lleva nuestra firma por mucho que corramos huyendo de la escena del crimen de Jesús. Hemos sido nosotros. Santa Marta ya sabe cuál será la condena: caminar por la nada con dolor de conciencia, deambular sin destino eludiendo el delito, remordernos el alma con la muerte en los hombros…, ahuyentar el calor que nos quema los huesos con la tímida sombra de la cruz que pisamos y que en estos azotes del verano en Sevilla nos echamos encima.

¡Cómo pesa la luz que llevamos a cuestas!

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