La cofradía de Santa Marta huele a despedida, a valor sereno, a camino en silencio, a jamás aprendí a olvidarte, a dame la mano y mira al Señor, hijo mío, que va muerto por ti. Huele a rosa eterna y a lunes inabarcable por unos ojos en los que no cabe todo el misterio. Viene morado y oro el dolor intenso cruzando la espera, rompiendo las paredes de una nube gigante de incienso. Todo sucede en silencio. El misterio de Santa Marta es la prudencia de la muerte que pide perdón cuando se sabe hermosa, aunque sea la muerte. En Santa Marta la muerte es muy hermosa.
Claro que puede ser bello el último momento. Que pregunten en El Cachorro. Los cofrades de San Andrés son los portadores del último instante, ya detenido para siempre, los costaleros del tránsito del alma de la tierra hasta el cielo. Son un mar de brazos en el océano del recogimiento de la piel y del espíritu. Santa Marta es una emoción resuelta, una pirámide, una rampa, el camino hasta el cielo, la pista que por el camino más corto te lanza a la diana del Evangelio. Los faroles de plata del misterio del traslado de Jesús son las cuatro plumas de los evangelistas que van escribiendo la historia más grande, redactando la certeza del milagro, sellando la notaría del corazón de la ciudad. Cuando pasa Santa Marta se está escribiendo el Evangelio de Sevilla.
Es un misterio con respuesta, algo insondable que cuando camina se explica. Es como el espejo de la perfección en el que acaba de mirarse la madrugada. Cuando camina, está hablando. Cuando se detiene, te deja que hables tú.
El misterio de Santa Marta es un pulso ganado al pensamiento, una pista que, por el camino más corto, te lanza a la diana del Evangelio. Es el consuelo de María.
El traslado te traslada, el sepulcro te sepulcra, la caridad te invade y las Penas -todas las del mundo- caminan largas y racheadas por el alma. Santa Marta es un clamor que nunca alza la voz, el grito de una cruz que no está en el paso. Una reunión de santos que saben que la cruz está delante y que las cruces están detrás, sobre los hombros de unos hermanos que trasladan madera y rosario camino del sepulcro de la noche. Esos nazarenos saben que, desvencijada, va envuelta la más grande victoria de los cielos sobre la blancura de unas telas que permanecen, cosidas a miradas por el pueblo, debajo del cuerpo de Dios hecho hombre.
Santa Marta es un pulso ganado al pensamiento, un sueño hecho paso de Cristo, algo frágil y poderoso al mismo tiempo, una constante oración, un olor a canto rodado que ya no tapia tumbas ni sella nichos. Santa Marta es el misterio de esta tierra, el conjunto ideal de la idea de Dios en la tierra. Es un momento y al mismo tiempo un siglo. Es una lágrima y una sonrisa. El paso de Santa Marta es el consuelo de María, e pañuelo más grande de Sevilla.